Titulo: Falacia
Fandom: Death Note
Claim: Mello/Sayu
Desafío: Dotación anual de Crack!
Reto: Destino
Advertencias: Romance hetero y un poquito de variación en el canon para que quedara.
Palabras: 2167
Disclaimer: Death Note no me pertenece, es de Tsugumi Ōba & Takeshi Obata. Hago esto por mera diversión.
Resumen: Era imposible que por primera vez alguien se hubiera fijado en Sayu, sólo en Sayu. Pero Mello se había fijado en Sayu.
Notas Adicionales: Toda la larga nota adicional aquí, con indicaciones de cómo se rompieron las reglas.
Falacia
Sayu Yagami estaba sentada en la barra
de un bar esperando a alguien. El reloj le decía que ya era tarde. Que no
esperara más. Que él no iba a venir. Pero ella seguiría ahí esperando por quién
sabe quién ni por cuánto más. Comenzó a juguetear con las correas de su bolso
por la impaciencia y daba disimulados vistazos hacia la entrada en busca de
algún chico conocido, o cualquier otro que pareciera estar buscando a su cita a
ciegas.
Uno de los camareros se acercó a ella para
preguntarle qué deseaba tomar y en lugar de contestarle que estaba esperando
por alguien ordenó una soda. El camarero no pareció sorprenderse cuando lo
anotó, pero ella se sintió ruborizar de la vergüenza, porque estaba en un bar
después de todo, y nadie ordenaba algo
que no fuera un trago en esos sitios. Y pese a que se moría de las ganas de
probar algo más fuerte desechó esa idea de inmediato. No se suponía que la hija
del jefe de vicedirector del departamento de policía japonés ni la hermana del
prodigioso Light Yagami fuera una borracha desinhibida. Aunque una parte de
ella quizás quería serlo.
Sayu Yagami volvió a mirar el reloj y
con una leve sonrisa llena de tristeza bajó la cabeza, jugueteando con las
correas de su cartera. Seguramente él no vendría. No le interesaba hacerlo. La verdad era que sabía
quién era su cita a ciegas porque se suponía sus amigas la habían ayudado a que
accediera sin saber que era ella. Sayu
sabía que habría sido mucho más fácil que saliera con ella si le hubiera dicho
quién era, o más bien, de quién era hija y hermana. Sin embargo, por una sola
vez aunque fuera, Sayu deseaba obtener algo que quería por su cuenta, sin que
ser la hermana de Light Yagami ni la hija del jefe de policías influyera. Pero
había fracasado horrorosamente.
El mesero vino y le trajo su gaseosa. Y
se fue tan rápido como pudo, probablemente presintiendo que ella se pondría a
llorar por haber sido plantada y él no estaba dispuesto a consolarla. Ella odiaba llorar, pero estaba apunto de
hacerlo. Odiaba despertar siendo ella y no alguien más. Quizás fuera lo mismo,
quizás estaba destinada a ser invisible, quizás no era otra cosa sino la sombra
de las personas que la rodeaban. No ella, jamás
ella. Nunca Sayu Yagami. Siempre “la hermana de, la hija de…” ¡En la vida ella! Miró el reloj. Todavía no
era lo suficientemente tarde para irse. Esperaría, sí, pero no por el chico con
el que sus amigas la ayudaron a organizar
esa cita a ciegas, sino por el chico que se la comía con la mirada desde la
otra mesa.
Era consiente de que no era una chica
que hacía a los chicos girarse para verla en las calles cuando se cruzaban,
pero también sabía que no pasaba de ser percibida por algunos hombres. Sayu
corrió su cabello hacia atrás, repentinamente acalorada. No estaba acostumbrada
a esa clase de miradas. Se giró un poco, lo más disimuladamente que pudo para
ver si aún la seguía observando. Él seguía ahí, mirándola sin ocultarlo. Su
corazón palpitó como el de un ratón dentro de su pecho. Colocó las manos sobre
su bolso y lo apretó, sin saber qué hacer. Él no parecía tener intención de
venir a acosarla. Y en lugar de sentirse aliviada se sintió culpablemente
decepcionada. Él no vendría a ella. Y ella no debía ir a él. No estaba bien. No
se suponía que una chica como ella hiciera algo así.
Casi se abofeteó por esos pensamientos.
Se quejaba de que la gente la encasillaba por ser quien era, y ella estaba
haciendo lo mismo consigo. No era una niña pequeña, tampoco la hija de papá
como muchos creían. Ella era ella, Sayu Yagami simplemente. Y Sayu Yagami
quería ir con él. Ir con el chico malo y rubio.
Sonrió levemente antes de levantarse. Se molestó consigo por
encasillarlo como chico malo por su vestimenta de cuero sin siquiera conocerlo.
Odiaba ese tipo de prejuicios y ella los estaba cometiendo. Horas más tarde
sabría que no estaba equivocada. El muchacho la miró. Tenía una melena mediana
y rubia, con el fleco a la altura de unos inquisitivos ojos azules que la
intimidaron. Carraspeó a su pesar, pero se armó del suficiente valor para levantarse,
para ir hacia él —evidentemente sorprendido de que tomara la iniciativa—, tomar
la silla y sentarse en frente.
—Lo más sensato habría sido que me
quedara donde estaba—dijo con voz nerviosa, acobardándose y casi
arrepintiéndose al instante, casi—, pero dado a que me mirabas de esa forma y
de que estaba tan sola como tú, decidí venir hacia ti para preguntarte directamente
por qué me mirabas de esa manera—Y apenas terminó, Sayu sintió que su cuerpo le
pesaba más y el ambiente se hacía tenso entre ambos.
Entonces él rió fuerte. Era una
carcajada. Sayu se enrojeció y se sintió una imbécil por haber ido hacia él.
—Estás nerviosa—No era una pregunta.
Era una afirmación. Él había dejado de reírse como un maniático para mirarla
directamente a los ojos, intimidándola. Sayu se dio cuenta que de pronto
extrañaba su risa desquiciada—. Pero has
venido después de todo.
Sí, y ella no sabía cómo. Ni por qué
seguía ahí con él. Era obvio que no iba en serio. Era grosero. Y quizás era eso
lo que la mantenía aún ahí. Que fuera honesto, que no la elogiara con piropos
falsos ni palabras salidas de un guión de cine. No, él era descortés. Y eso la
ofendía y gustaba.
— ¿Cómo te llamas?—le preguntó. Sacó
una barra de chocolate y la masticó de una forma dramática sin quitarle los
ojos de encima. Sayu pensó que era contradictorio ver a un chico nada adorable
con esas pintas bebiendo una cerveza con una barra de chocolate.
—Sayu…—Dudó si mencionar el apellido u
omitirlo. Optó por lo segundo—. ¿Cuál es el tuyo?
—Mello—contestó a secas
— Mello ¿qué? —preguntó. Él la miró con
astucia:
—Tú tampoco me has dicho tu apellido—Al
ver que ella iba a decírselo la detuvo—. Déjalo así. No estoy interesado en
escuchar la historia de tu vida ni estoy dispuesto a contarte la mía.
— ¿Al menos me dirás a qué te
dedicas?—Ella había hecho especulaciones, claro, basadas en la primera impresión. Tampoco
creía conveniente preguntarle de dónde venía pues era más que obvio que no era
japonés sino europeo, y no creía que él le fuera a decir más de lo que ella
podía indagar. Con ese atuendo no era difícil imaginarse un montón de cosas
indecentes e ilegales en las que podía estar involucrado. Y ella estaba con una
persona que parecía ser de esa clase. Su padre moriría de un ataque si supiera
que había tan siquiera platicado con alguien como él. Por eso, cuando él le
respondió, no pudo más que impresionarse enormemente.
—Soy escritor—Tomó otro trozo de chocolate.
Sayu no pudo haber oído mal: era posible claro, pero él no parecía ser escritor.
Era demasiado guapo y seductor como para ser una persona amante de las letras
que vivía entre libros. Pero ella sabía que no podía juzgar un libro por su
portada, pese a que horas después lamentara no haberlo hecho. Le sonrió y no
disimuló su sorpresa porque fingir no se le daba bien. Él agregó—… de novelas policiales—Sayu
creyó entender un poco más el por qué de la actitud. Su mente divagó sobre su
pasado. No parecía una persona especialmente feliz sino todo lo contrario:
parecía irritado. Y saltaba a la vista que tenía una manía por comer chocolate.
—Vaya…—dijo sorprendida. De pronto se
acordó de que existía el reloj. Lo miró y por primera vez en la noche no le
importó lo tarde que era—. Yo sólo voy a
la Universidad—Creía de igual forma que Mello debía asistir a una, dado a que no parecía ni mayor ni menor a
ella, pero quizás se equivocaba: Probablemente era de esos chicos genios como
su hermano. Pese a que no se comportaba con la formalidad ni la elegancia de Light, algo le decía que
este chico también era brillante y no un vándalo como aparentaba. Sus
deducciones no estaban tan erradas.
—Tu cita nunca llegó—A Sayu le
sorprendió la rudeza de su tono no tanto por sus palabras sino por la forma en
que las dijo, como si disfrutara de esa afirmación. Sayu sintió que de pronto
el peso de ser plantada le caía encima y todo por su culpa. Sí, había olvidado
que estaba esperando a alguien gracias a este extraño encuentro y no entendía
por qué él se lo sacaba en cara ahora—. Si yo fuera él, no te dejaría esperando
sola en un lugar así. Al menos te avisaría que no podría venir.
—Él no sabía quién era yo—Trató de
defenderse y excusarlo. Aunque más bien quería defender la poca dignidad que le
quedaba—. Él no sabía que yo era su cita a ciegas.
— ¿De verdad piensas que no lo sabía?
¿Qué tal si tus amigas le dijeron que eras tú y para evitar tener problemas con
tu padre simplemente no vino y fingirá cuando lo vuelvas a ver que se dio
cuenta de que no le gustaban las citas a ciegas? —Sayu se quedó de piedra ante
aquel planteamiento. No. No lo había pensado, pero dada la forma en que él
lo ponía…
La realidad le cayó encima como agua
fría. ¿Y si al igual que ella él sabía que era ella? Decir que no le gustaban
estas cosas y no presentarse era la forma más fácil de evadir el tener que
rechazarla. Sayu bajó la mirada, hacia su reloj pulsera. Era tarde, demasiado
tarde. La idea de regresar a casa volvía a ser tentadora. Estaba demasiado
decepcionada como para pensar en cualquier cosa, hasta que Mello le habló:
—Si hubiera sido yo, jamás te habría
dejado plantada—Eran palabras demasiado bonitas para venir de alguien tan
repelente como él. Sayu lo observó y él volvía a devorarla con la mirada. Eso o
quizás estaba enfadado con ella. O ambas. Mello se acercó a ella y a Sayu se le
detuvo el corazón. Iba a besarla. Pero en lugar de eso pasó de largo su rostro
y se detuvo cerca de su oreja, para mordisquear levemente su lóbulo derecho.
Sayu se ruborizó. Eso era más vergonzoso que un beso. Y más placentero, y muchas
otras cosas en las que no quería pensar. Mello le dio una ligera lamida a su
lóbulo y sus labios rozaron su oreja. Sayu cerró los ojos, sus mejillas le
ardían. Mello acabó diciéndole al oído—. Tú vienes conmigo.
Sayu le hubiera dicho que sí, que sí quería
ir con él. Que no le importaba a dónde la llevara ni lo que probablemente iban
a hacer ahí. Que estaba bien. Muy bien. Y que por primera vez no quería ser la
niña buena que todos esperaban fuera. Pero, en ese instante, sintió el metal
frío del cañón del revolver descendiendo por el cuello rozando sus pechos.
Mello la besó en los labios y luego se rió. Y la volvió a besar con lasciva.
Sus manos tocaron sus hombros y bajaban. Y él sonreía.
—Vamos—le ordenó. Sayu no protestó. No
sería raro que la gente los viera salir juntos tan próximos uno del otro. Pocos
podían imaginar que bajo esas caricias había una pistola apuntándole. Que no
era excitación lo que había en sus ojos sino miedo y vergüenza. Sayu lo pensó
un momento, y también se rió como lo hacía Mello hace unos instantes. Todo era una falacia cruel que había creado
para sí misma. Era imposible que por primera vez alguien se hubiera fijado en
Sayu, sólo en Sayu. Pero Mello se había
fijado en Sayu.
—Y dime—Tuvo el valor de decirle antes
de que la metieran al furgón. Mello la observó con seriedad. Los otros dos
tipos estaban impacientándose. Y él también. Pero quería oír lo que tenía que
decir—. Lo de ser escritor no era en serio, ¿verdad? Porque es evidente que no
te dedicas a eso…
—Lo soy—contestó, vendándole los ojos
mientras los otros dos la ataban de manos y pies. Sayu supuso que también iban
a amordaza y a cubrirle las orejas—. Escribí una vez una novela sobre alguien a
quien admiro—confesó. De pronto no sabía por qué le estaba contando todas estas
cosas a una extraña o más bien dicho, a la hija del vicedirector del
departamento de policía japonés—. Pero también trabajo para la mafia—Y como si
le pareciera sórdidamente gracioso, añadió—. La paga de un escritor no cubre
todas mis necesidades de chocolate amargo.
Y Sayu entendía. Entendía todo de una
manera retorcida. Pensar que esta vez creyó que sería diferente. Sólo quería
ser Sayu. Sólo Sayu. No la sombra de nadie.
FIN

hola, vengo a invitarte a un nuevo blog donde impartire algunas lecciones de japones,pasate ;D
ResponderEliminarMuy buenoooo me encantó!
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